Ilustración por Visceral.
Aquel día Sergio debía aguardar en Ancud a que lo recogieran en el auto para continuar viaje hasta Valdivia. Estuvo un buen tiempo recorriendo las angostas y monótonas calles hasta que decidió esperar en un café. El tiempo ahí transcurrió igual de lento, pero se entretuvo al menos, con unos libros que habían sobre el mesón y con música que emergía de una radio local.
Aún restaba una hora de espera, cuando las transmisiones se vieron interrumpidas con un informe de último minuto: se había diagnosticado a una serie de personas con un tipo de rabia hasta el momento desconocida, todos en Quellón. La noticia además agregaba que hasta ahora los médicos del hospital quellonino estaban enviando muestras a Santiago para establecer qué clase de infección era y el grado de contagio que esta tendría. Por el momento los pacientes estaban estables y en su mayoría se trataba de adolescentes y jóvenes.
Se preocupó, no sabía nada de su novia y sus amigos, debían llegar en cualquier momento a la Plaza de Armas a recogerlo. Pagó la cuenta y desandó las calles hasta el lugar de encuentro. No debió esperar demasiado. Tras saludar notó un poco tenso el ambiente. De parte de su novia, nada, pero de sus amigos, podría decirse que había un telón invisible entre ellos separándolos, aunque ambos fingieron estar bien y alegrarse al verlo, un gesto de Viviana le fue suficiente para no realizar preguntas.
Lorenzo arrancó el vehículo y se fue en dirección de la costanera, enfilando hacia el camino que conduce hacia la playa de Lechagua.
—¿Imagino Sergio, que a ti no te importará que me desvíe unos minutos para hacer un negocio no? —preguntó con tono sarcástico Lorenzo.
—Pues claro que no —respondió Sergio—, minutos más, minutos menos no harán demasiada diferencia, una vez salgamos de la isla y estemos en la autopista, además así aprovechamos de conocer un poco…
—A mí sí me molesta —dijo Franca—, se supone que debemos estar antes de las 8 de la mañana en Chillán y aún queda mucho por conducir, para mí cada minuto cuenta, sobre todo cuando conduce uno de noche…
—Pero mi amor, si no voy a demorar nada, Denis me dio un buen dato, no nos demoraremos nada. Llegamos, compramos y nos vamos enseguida, nadie se bajará a turistear, ¿cierto muchachos?
—Claro que nadie bajará, pero entiendo a Franca, Lorenzo. Ella está nerviosa pues nunca ha manejado distancias tan largas y además de noche… —Dijo Viviana utilizando aquello que llaman empatía femenina.
—Pero si yo manejaré, cuál es el problema…
—El problema es que anoche saliste a beber y no has dormido lo suficiente, te dará sueño y yo tendré que manejar y no conozco bien el camino.
—Despreocúpate mujer… ya verás cómo este negocio me dará energías y sí que me quede dormido te preocupa, pues atravesando el canal manejas tú y yo duermo hasta que nuestros amigos se bajen en Valdivia, y de ahí en adelante sigo descansado y feliz de ir con una durmiente tan bella como tú.
La situación mientras más se discutiera, más compleja se tornaría, él ya lo sabía, conocía perfectamente a Franca y sus exageraciones no siempre justificadas, al menos no para él. Así que decidió desviar el tema.