jueves, 29 de diciembre de 2011

"Caperucita" por Omar Campos Oniri

lunes, 26 de diciembre de 2011

"Esa Costumbre" por Paul Eric


También puedes escuchar el relato aquí [08:03] o descargarlo desde nuestro podcast
Yo iba a comenzar esta historia confesando que lo peor que pudo pasarme en la vida fue llegar a los setenta años, pero no. He decidido pasar a hablar de mi adicción de la cual, ahora, me encuentro recuperado.


            He de aclarar que en mis tiempos mozos fui un galán de mucha monta y con un trabajo estable y bien remunerado. Comprenderán ustedes que no puedo aclarar en qué trabajé exactamente, ni tampoco revelaré mi nombre, aunque pueden llamarme Juan. Mi pelo no era blanco como ahora, sino de un orgulloso color negro. Sabía llevarme bien con las mujeres, que eran mi deber y pasión, y me mezclaba dentro de un círculo social en el cual se me consideraba un tipo elegante. "Vas a andar siempre bien vestido", decía Mamá cada día antes de enviarme al colegio. Pasaron cuarenta años y nunca dejé de hacerlo. Diablos, ahora mismo escribo esta confesión de corbata.
            Lo más indicado, para que se me comprenda, sería empezar contando sobre cómo perdí mi virginidad. Fue esta típica mezcla de placeres desconocidos que, junto al roce, me llevaron al incontrolable primer orgasmo. Tenía trece años, pero mi Mamá veía porno así que yo entendía lo que era fornicar. Ella no sólo veía porno sino que también compraba revistas porno y novelas porno. Sé que hay gente que les llama “novelas eróticas”, pero cuando yo leía esos libros y los personajes se mezclaban en un surtido húmedo de palabras, para mi, entonces, el término era y sigue siendo porno. Pasaron un par de años y seguí durmiendo con esa chica, Paula, hasta que los dos cumplimos diecisiete años —ella era mayor por dos meses—. Acá, en este país, se dice que a esa edad eres menor de edad, pero su cuerpo y su piel decían otra cosa. Comenzamos a practicar nuestro sexo de manera furtiva y continua.

lunes, 19 de diciembre de 2011

"Hienas" por Carolina Yancovic




También puedes escuchar el relato aquí o descargarlo desde nuestro podcast (desde el minuto 07:30)



Eran casi las tres de la madrugada cuando el mendigo decidió regresar a su casa. La jauría lo seguía obedientemente. Él llevaba una bolsa con menudencia para darles de cenar.

La noche estaba fría, tan fría que el vaho de su respiración pudo haberse congelado. Cruzó la calle hacia el imponente vacío urbano que le esperaba en frente. Mientras caminaba, cerró su abrigo gastado por el uso. Subió el cuello y hundió sus manos en los bolsillos: sentía pequeñas punzadas en todo el cuerpo. Le dolían las sienes como si un metal las atravesara. Su respiración helaba su sangre.

Al caminar por el pasto, vio que aún había  un poco de nieve. Siguió caminando en la misma dirección pensando que podría acortar el camino por el riachuelo. Los canes a su lado lo miraban como rogando por un poco de carne podrida. Estaban hambrientos. Nadie había comido en días.

lunes, 12 de diciembre de 2011

"Lengua Muerta" por Doctor Blood


 Los monjes terminaron su misa de la mañana. Luego de que las paredes de la abadía albergaran sus cuidadas voces en un perfecto canto gregoriano, cada uno de ellos se retiró a sus habitaciones a seguir con sus oraciones del día. La abadía se encontraba enclavada a la mitad de un monte medianamente alto, por lo cual tenía el aislamiento suficiente y necesario como para que nadie se distrajera ni tampoco les fuera exageradamente complicada la vida.


El monje más joven de la abadía llevaba menos de un año en el lugar. Cuando niño y adolescente participaba activamente en el coro de la iglesia, por tanto el lugar donde estaba lo llenaba plenamente. Esperaba la llegada de cada mañana para sacar a relucir su único orgullo: la voz... pero luego un sentimiento de culpa lo invadía por pecar de orgulloso, lo cual lo dejaba el resto del día a merced del sufrimiento. Pese a que el abad le repetía una y otra vez que su voz era un don del Padre y que sólo la usaba para dedicar cantos a Él, su alma lo torturaba. Así, un día optó por no cantar, lo cual fue inmediatamente corregido por su abad.

domingo, 11 de diciembre de 2011

"Cerdos y machetes" por Pablo Rumel


Cerca de la carnicería de mi barrio, todos los días se ponía un viejo turnio, de nariz larga, flaco como perro apeleado, a menearse y darse vueltas con un cigarro en la boca. Yo no tenía más de catorce años en ese entonces, cuando vivía con mis abuelos en el distrito periférico, que quedaba a pocos kilómetros de la capital. Era un villorrio de lo más sencillo. Casas espaciosas, antiguas, construidas en concreto, más un par de plazuelas polvorientas y algunos almacenes, componían el total de la comunidad donde yo vivía.

Vivían muchos viejos, en su mayoría jubilados que se repartían entre borrachines con pasado de oficinistas, y otro tanto más de alcoholizados militares en retiro que nunca fueron a la guerra, y que se quedaron como petrificados en sus asientos, con sus sueños rotos y sus mujeres gordas y descuidadas.

Yo no sabía muy bien por qué era el único niño de toda esa villa. Ahora que lo pienso, haciendo cálculos, debieron haber vivido unas quinientas personas, repartidas en algo así como 60 o 70 familias. Familias compactas de ancianos con hijos mayores solterones y solteronas que no habían conseguido matricidiarse bajo la iglesia o algún vínculo legal. Entonces, ¿por qué yo era el único niño del pueblo? Seguramente habían más, pero los mantenían escondidos, ocupados en tareas mundanas. A los únicos niños que veía eran los de mi Liceo, pero no quiero desviarme y seguir con mi historia.

"Los Árboles en la Cima" por Fraterno Dracon Saccis

'flower' ilustración por Skirill
Desde la primera vez que vine a playa Caliza en mi temprana adolescencia, me llamó la atención un cerro en cuya cima había una arboleda. Poca gente reparaba en las lejanas siluetas y de hacerlo no les daban importancia alguna. En cambio a mí, aquel detalle del paisaje me intrigaba en demasía. En una ocasión intenté llegar a la cúspide, impidiéndomelo su ladera de inclinación demasiado vertical para mis entonces pueriles miembros.

Playa Caliza es una bahía de difícil acceso, a unos cincuenta kilómetros al oeste de la ruta 5 norte. Un buen vehículo y un hábil chofer son necesarios para llegar sin contratiempos, ya que el camino es rocoso y serpenteante, siendo en las épocas de lluvia aun más difícil transitar, por el reblandecimiento del terreno y los consiguientes aludes.

El pueblo en si es muy pequeño, dominado al oeste por el frío Océano Pacifico, al este por la Cordillera de La Costa y de norte a sur hay planicies en que abundan rocas y pircas en ruinas. La vegetación se reduce a arbustos y cactus, pero ni un solo miserable eucalipto, ni siquiera un pino desnutrido, excepto sobre aquel peculiar relieve.

"Biblioteca Popular Alberto Bachelet" por Emiliano Navarrete


Santiago de Chile, 18:39 horas, Marcoleta 659.

si-library-fire3-600x460.jpg (600×460)Raulo con al menos treinta jóvenes, luciendo pañoletas palestinas cubriendo su rostro, usando jeans ajustados, en casi todas las vestimentas predominan el negro con muchas manchas, esa estampida rodea la casa matriz de la Gran Logia de Chile. Dos guardias vestidos de terno de corte italiano con audífonos en una de sus orejas y teléfonos móviles pequeños se acercan a él.
Raulo era el único que se distinguía del resto, sus ojos eran vivaces y sus rasgos caucásicos, con algunas pecas en sus pómulos, de mirada intensa y lleno de rulos (de ahí el origen del su seudónimo), un guardia bajo de gruesa contextura corporal lo increpa intentando espantarlo con la supuesta llamada a la llegada de la fuerza pública. Raulo no se inmuta y sus compañeros están tranquilos, una actitud poco usual en este tipo de bándalos. Raulo los encara gritándole tanto al guardia en cuesto como al centinela que se encuentra en las puertas de cristal:

-Se lo que le hicieron a Alberto Bachelet y a Salvador Allende, maricones -Intenta mantener la compostura para demostrar rudeza y continua-. Se lo que le hicieron a quince padres de este piño de idealistas, los traicionaron, se vengaron en esa sed revanchista y sediciosa. Se que apoyaron al innombrable y que lo ayudaron más de la cuenta. Se a cuantos miles de jóvenes estafaron en la Universidad La República y a los que piensan estafar con la Universidad Los Leones. - Pasa su puño derecho cerca de su nariz y continua- finalmente llegó su hora. Su palacete de cristal será ahora de todos los chilenos y no para unos pocos elegidos por el supuesto “Gran Arquitecto”.